BACALL
Señor Mayor Creaciones Gráficas
«Mi obituario va a estar lleno
de “Bogarts”, estoy segura»
Betty Joan Perske Weinstein-Bacal nos dejó un 12 de agosto del 2014. Este era el nombre real de Lauren Bacall, uno de los últimos mitos del Hollywood dorado; ese Hollywood que la estrella consideraba “el colmo de la decadencia”.
Lauren Bacall entró en la leyenda desde el mismo momento que apareció en la pantalla. Fue en el film de Howard Hawks titulado “Tener y no tener”, en 1944; el año de “La mujer del cuadro”, de “Laura” y “Perdición”…
Hawks buscaba una actriz capaz de plantar cara a Humphrey Bogart; y esta jovencita novata, de 19 años, temblaba de puro nervio ante su primera escena. Para mantener el control, y quieta la cabeza, pegó el mentón al pecho y encaró el plano… y a Bogart. Y así, con una mirada oblicua, ascendente, directa, magnética, insolente; hizo una de las preguntas más frívolas y legendarias del cine: ¿Alguien tiene una cerilla?
Y Bogart, como podrán imaginar; no solo le dio una caja entera, también sus últimos 13 años de vida. Porque esa película, aparte de ser la historia de Harry “Steve” y Marie “Flaca”, dos seres hastiados que nada le deben al mundo. Es, también, la crónica en directo de una seducción, del romance real que surge entre Betty y Bogart…
Aquella penetrante manera de mirar le mereció un sobrenombre: The Look. La Bacall, resultó ser un fabuloso témpano de ojos verde gris, melena peligrosa y voz oscura y humeante. Una belleza felina y seductora, una forma de fumar, de mirar, de estar; insolente y desafiante… «No se meta con ella. Es capaz de devolver los golpes»… Recursos que le vestían gesto de femme fatale y la convirtieron en una de las mujeres más hermosas y fascinantes del cine.
El inesperado éxito de “Tener y no tener” llevó a los estudios Warner, a rodar tres películas más con la pareja como protagonista absoluto.
En 1946, “El sueño eterno”, también de Hawks. En ella, Lauren Bacall da vida a la adinerada, intrigante, caprichosa; pero fascinante Vivian Sternwood. Una película con una de las tramas más enrevesadas de la historia del cine negro. Un film icónico, con las réplicas más brillantes y ambiguas que se hayan escuchado nunca. Un éxito inmediato, donde la química de Bacall y Bogart se apodera de la película, de principio a fin…
Luego llegarían dos filmes más, quizás de menor intensidad. En 1947, “La senda tenebrosa”, de Delmer Daves. Y en 1948, “Cayo Largo”, de John Huston. Todas estas producciones formarían parte de las joyas de la corona de La Warner.
La química de la pareja era excepcional y eso se traducía en éxito de crítica y público. Pero no volverían a rodar juntos una película. La política de los estudios de Hollywood, fue determinante. Cuando un artista firmaba con uno, pasaba a pertenecerle, en exclusiva…
La relación de Bogart con Jack Warner, el todopoderoso dueño del estudio que lleva su nombre, nunca fue buena. Y se recrudeció tras el gran éxito de “Casablanca”. La causa era la baja calidad de las propuestas que, por imposiciones del contrato, Bogart debe aceptar. Y como para el actor, Jack Warner, era “rastrero”; y para el dueño de la compañía, Bogart era “borracho y holgazán”: No es de extrañar que tras el estreno de “El tesoro de Sierra Madre”, en 1948, pese a ser el actor mejor pagado de la industria; Bogart no renovara, el ya finiquitado contrato que lo ataba al estudio.
Jack Warner, que medía la calidad de las producciones, en función de su resultado en taquilla. No se tomó muy bien que uno de sus principales activos lo dejara. Y peor aún, que creara una productora, Santana. Eso podría animar a las estrellas del estudio, a tener ideas propias. Pero la gota que colmó el vaso fue que se llevara la distribución de sus películas a Columbia. Eso era una traición…
Imagínense ustedes, la cara de satisfacción de Warner cuando, alegando la exclusividad contractual de Bacall con el estudio; le negó a Bogart la cesión de su esposa para coprotagonizar una de sus producciones. Un clásico de culto dirigido por Nicholas Ray en 1950, y una de las mejores interpretaciones del actor: “En un lugar solitario”.
Así como la carrera de Bogart estaba más que consolidada y, aún, iría a más; la de Bacall no acababa de asentarse. Y pese a su calidad de actriz todoterreno, más que demostrada; en el cine, nunca alcanzaría las cotas de éxito de sus principios. Y la razón que explicaría esto sería, algo así como, un cuadro con numerosos autores…
Finalizada la filmación de “Tener y no tener”, de inmediato, comienza el rodaje de “Agente confidencial”. Las dos películas se estrenan ese año. Si con la primera obtiene el beneplácito de la crítica; en la segunda fue vapuleada por la misma. Bacall reconoce su mala interpretación y teme por su recién iniciada carrera. Es cierto que resurge con la siguiente, “El sueño eterno”; pero no está dispuesta a cometer el mismo error. A partir de ese momento, será más selectiva a la hora de aceptar los guiones que le presente el estudio.
De tal manera que; cuando Jack Warner le pone sobre la mesa, un trabajo junto a Ronald Reagan en el film “Stallion Road” (1947): Ella se niega a aceptarlo. Como después lo haría Eleanor Parker… Ambas hicieron bien. Bacall consideraba que el papel carecía de interés e imaginación… Y Warner, que la negativa de la actriz merecía un año de suspensión. No sería la primera vez. Fue suspendida en otras 11 ocasiones por rechazar guiones que consideraba de escasa calidad.
«Soy muy exigente, tanto con mis hijos como con mi trabajo, y si no le gusta, lo siento, así es como soy».
Hay quienes piensan que Jack Warner estaba utilizando el contrato de La Bacall para vengarse de Bogart, por aquello de la productora Santana y la Columbia: es posible. Lo que es seguro es que las numerosas negativas de la estrella para aceptar algunos guiones; le granjearon fama de actriz intransigente, con la que era difícil trabajar o, más sencillo, que no quería hacerlo… Y algo de todo eso, hay…
Lauren, era un personaje, un armazón ficticio, una hermosa simulación creada por Hawks. Ella era Betty Bacall; la modélica chica judía del Bronx, con un padre que la abandonó siendo una niña. La joven, que pagaba sus estudios en la Academia de Artes Dramáticas de Nueva York, trabajando como modelo y acomodadora en el teatro. Aquella que hizo su debut en Broadway a los 17 años. Betty era su nombre en el ámbito privado y al único al que respondería durante toda su vida. Y Betty fue quien se casó con Bogart…
Y eso —confesaría— era lo que ella deseaba, lo que la hacía feliz. Quiso darle a Bogart lo que nunca tuvo; un matrimonio estable y una familia. Relegó su carrera a un segundo plano, supeditándola a su vocación de esposa, madre, y enfermera en los últimos días de su marido.
Pero también es cierto, que al estudio le costaba encontrar papeles que se ajustasen a la personalidad de La Bacall. El modelo de la mujer, en el cine de los años 50, salía de otra línea de producción. La clase, la elegancia, el atractivo, eran ahora la candorosa y virginal Doris Day; la gélida distancia de Grace Kelly; el descaro y la ingenua vulnerabilidad de Marilyn Monroe.
La sensualidad de La Bacall era de carácter directo, templado, valiente. Representaba una feminidad indomable, nocturnal; un enigma inasible. Sabía ser, al tiempo, cercana y distante. Si Marilyn Monroe ondula por la escena al margen del resto; La Bacall, se mueve como un gato atento a lo que captan sus sentidos. Lo escruta todo con una mirada desafiante. Establece complicidades sin dejarse intimidar; templada y, a la vez, altiva.
Betty reconocía su prioridad como esposa antes que estrella y se reía de la imagen que, de su figura, proyectaba la pantalla. Ella era cualquier cosa menos misteriosa. Y mientras Hollywood seguía preguntándose si existía Bacall sin Bogart. Con Curtiz, Negulesco, Minnelli, Wellman, Sirk; la actriz transita casi por todos los géneros, desde el drama a la aventura, el melodrama y la comedia. Lo hace, confiesa, sin gran interés pero con el éxito de la crítica.
En ese impasse: Bacall compra su libertad a Warner a cambio de un dineral. Asiste en la enfermedad de Bogart, un cáncer imparable y mortal. Sobreviene la viudedad con 32 años y dos hijos pequeños. Y la extraña sensación de que el cine no quiere a Betty Bacall…
Así que dejó Hollywood por Broadway, donde la apreciaban mucho más. Quizás había que cerrar el círculo, regresar a los comienzos; a su Nueva York natal, al teatro. Y las tablas le dieron un éxito que ella sabía suyo; que nada tenía que ver con Hawks, ni Bogart. Los galardones que le negó el cine se los daría el escenario. Triunfar sobre la escena donde fuiste acomodadora 20 años atrás. Bacall había resucitado como dama del teatro…
«El musical ha sido para mí una nueva oportunidad, como volver a nacer».
Con el triunfo de Broadway de la mano, Lauren Bacall se concedía ciertas incursiones en el cine. Estas le permitieron compartir pantalla con lo más granado del Hollywood del momento y demostrar que seguía en plena forma. Que aparte de un rostro fascinante, poseía el empaque y la personalidad de siempre. Venían, bajo la figura de apariciones estelares, de la mano de Siegel, Quine, Smight, Lumet, Altman… Fueron los 60 y 70. La etapa de su inexplicable (el calificativo es cosa mía) romance con Sinatra; y de su segundo matrimonio con Jason Robards. Magnífico actor, con el que tuvo un hijo; y del que se separó por su alcoholismo (el de él).
Pero Broadway la reclamaba para ofrecerle más, y la mantuvo alejada de la gran pantalla casi una década… A finales de los 80: regresa a la televisión de Estados Unidos y Europa; y retoma su carrera cinematográfica. Lo hace, de a poco, como una hembra de tiburón que prueba la presa para reconocer su sabor; y con papeles secundarios.
El año 1996 supondrá un punto de inflexión, en la carrera de una Lauren Bacall de 72 años. Barbara Streisand, que dirige y protagoniza “El amor tiene dos caras”, ofrece a la veterana actriz, un papel para su lucimiento: La madre, algo madrastra, de La Streisand. Una nostálgica, taimada, irónica y ocurrente mujer quejosa; narcisista, aún bella y muy seductora que pasa por una crisis. Un personaje que La Bacall interpreta con una naturalidad abrumadora, resultando espléndida…
Entonces, el mundillo del cine descubre, de repente, que una de sus leyendas sigue viva…
Y como con ese papel obtiene, el Premio del Sindicato de Actores y el Globo de Oro, a la Mejor actriz de reparto: el tablero parecía dispuesto para que la Academia concediera su primer Óscar a una leyenda como Lauren Bacall. Todos, incluso las nominadas a su categoría y, por supuesto, la mítica actriz; lo dan por seguro… Pues no. Contra todo pronóstico y para sorpresa de asistentes, periodistas y espectadores; Juliette Binoche (fue la primera sorprendida), le arrebata la estatuilla…
Dicen que esa fue la peor interpretación que hizo La Bacall, en toda su carrera. Cuando intentó aparentar normalidad; frente a la frustración, la incredulidad y la decepción, por el guantazo recibido… ¡Ah! Hollywood de nuevo. Gracias a Dios, el American Film Institute, no era la Academia.
Pero Betty Bacall, frente a Hawks, y al modelo de bellezas de la industria. Frente a su familia que no aprobaba su relación con Bogart, y a los augures que no daban un duro por su matrimonio. Frente a Jack Warner, y a la caza de brujas del Comité de Actividades Antiamericanas. Frente a Hollywood, frente a todo. Siempre ha tenido ideas propias y ha mantenido la misma postura: Inamovible.
Y como uno de esos boxeadores que, promediada la pelea, sufren una asombrosa recuperación, eso que llaman “un segundo aire”: La Bacall regresa con fuerzas renovadas. Su carrera cinematográfica resurge en los 2000. Apunta con precisión y acepta pequeños, pero jugosos papeles, en proyectos muy escogidos. Lars von Trier, Glazer, Schrader, etc. Continúa en Broadway y se atreve con todo: televisión, doblajes, patrocinios, publicidad, cameos. Una vorágine que la mantiene activa, hasta el año de su fallecimiento.
«¿Qué significa eso de mi edad? ¿Qué edad? Trabajar no es cuestión de edad. Seguir trabajando significa seguir con vida».
En 2009, la Academia de Hollywood, entregaría a Lauren Bacall el Óscar de Honor en homenaje a su carrera cinematográfica. El gran Roger Corman y el fantástico Gordon Willis, también tendrían el suyo. Pero, por primera vez en la historia de los Óscar, este premio se entregaría antes y aparte, de la gran ceremonia principal y no se retransmitiría por televisión. Esta decisión de la Academia fue criticada con dureza por aquellos que la consideraban una falta de respeto hacia los galardonados. El veterano articulista de “The Guardian”, David Thompson; escribe:
«Si la noche de los Óscar aún significa algo en estos días, Bacall debería recibir desde el centro del escenario una ovación de la audiencia, puesta en pie, para decir a continuación alguna broma de las suyas. El glamur del cine americano depende de ello».
Y la broma, de las suyas, la hizo al recibir la estatuilla y verla entre sus manos: “Por fin, ¡un hombre!”. Porque, si mítica era su mirada, el sentido del humor de La Bacall lo era aún más. No en vano, su género favorito, donde reconocía encontrarse cómoda y segura; era la comedia.
Pese a su voz grave y medida, que la hacía parecer flemática y distante; quienes la conocían aseguran que Betty Bacall era cálida y cercana. Que establecía esa complicidad, que facilita la inteligencia. Que poseía un sentido del humor ingenioso, irónico, ácido, rápido. Era culta, brillante y por eso, uno de sus mayores logros fue, ser más cínica que Bogart.
Interrogada, en cierta ocasión, sobre sus escasas apariciones en eventos y boatos. Actos que le parecían cada vez más aburridos y superficiales. Las alfombras rojas hacía tiempo que se habían convertido en un negocio. La Bacall, fiel a sí misma, se limitó a responder:
«Las alfombras rojas cada vez son más estrechas y mis caderas, más anchas».
No recuerdo quién fue el que dijo aquello de que Bogart era un tipo de primera empeñado en parecer de segunda. Quizás para definir a una persona con clase, bastaría solo con decir “Bacall”. La elegancia sin esfuerzo, una belleza esquiva de lengua afilada. Una sofisticación, porte y estilo que mantuvo hasta el final.
Tenías razón, Betty, como siempre. Tus obituarios estuvieron llenos de “Bogarts”. Y todos los “in memoriam”, también. Incluido este. Espero que sepas perdonarme, pero uno no debe traicionar su memoria adolescente. Es donde aún te reconoces. Desde entonces siempre soñé, a mi lado, una mujer como tú. Algo que sucedió en algunas ocasiones. Lástima que ellas se pareciesen más a ti, que yo a Bogart. Así es la vida. Pero no te preocupes, supe opositar con el tiempo.
Y ahora, permite que me despida, con aquello que el recordado Jorge Berlanga —al que le he robado, aquí, más de una reflexión—, escribía sobre ti.
«Aunque alguna vez quiso “Casarse con un millonario”, siempre le fueron más las malas compañías. Otras necesitan flores o diamantes, a ella le basta con un silbido… Bacall siempre ha sido una mujer de lujo».